Hoy el objetivo era conocer de primera mano,
unas viejas explotaciones mineras en Valdemanco.
Estas se encuentran en la vertiente del macizo del Mondalindo
que tira hacia Garganta de los Montes, y el puerto del Medio
Celemín.
Es una dura subida, hay que parar cada ciertos pasos en los
tramos finales de fuerte desnivel. El tabaco no perdona.
Las había oteado en una de mis visitas a los infernales túneles
del abandonado ferrocarril “Madrid-Brugos”.
Me encontraba con fuerzas y animado, la noche anterior me
empaché de ajos macerados en vinagre para licuar la sangre.
Y de este modo la resaca la llevé mejor de lo esperado, eso sí,
era necesario tomar aire cada pocos metros, mientras el corazón
latía a trepidante ritmo.
Ya en la cima, me dispuse a bajar por la vertiente poblada de pinos
del Regajo, cúspide sembrada de Antenas, paneles solares,
y aerogeneradores que cuando el viento zumba, se ponen a girar a
altas revoluciones produciendo un zumbido impactante.
Bajé hasta el lugar donde están las viejas escombreras de explotación.
Aún si coges una piedra brillante, es posible ver betas del mineral de
plata en un estado grotesco.
Aquí, la tesitura se presentó complicada. Jodido era volver hacia arriba
entre tanto pedrusco rojizo, quizá sería mejor enlazar con la pista proveniente
de Garganta de los Montes y de este modo retornar plácidamente a Valdemanco.
Unos cojones, lo que he vivido hoy comparado con el Último Superviviente,
está a años luz. El descenso se cerraba, entre helechos, zarzas hijasdeputa
que me han jodido de lo lindo, y el temor a pisar algún aspid involuntariamente.
He tenido suerte de no ser mordido por ninguna víbora, que en estos terrenos
suelen estar presentes.
Hubo momentos de pensar en no encontrar salida, en morir allí.
Dos o tres caídas con riesgo de luxación de hombro izquierdo y rodilla.
Cuando pisas entre maleza, no se ve que debajo puede haber una roca,
emplazada oblícuamente que es capaz de retorcerte algún miembro.
Los calcetines, han ido directamente a la basura.
Por fin alcancé la pista de tierra, me cago en mi puta calavera.
No vuelvo más, nunca más, y menos sólo.
Ha sido una experiencia fuera de este mundo.
Siempre voy a la montaña, no por el ejercicio en sí, más bien por
contemplar parajes espectaculares, por estar en silencio, rodeado
de los dioses de la creación que suelen morar por dichas latitudes.
Pero estar cerca de los Dioses, puede conllevar un precio.
Esa viejas minas, se las ha tragado la propia ley de la gravedad
sumado a fenómenos erosivos.
No merece la pena ver eso de nuevo, no hay nada, sólo escombreras
de piedra. El ser humano sacó tajada y se largó de allí.
Todo terminó en el Hotel Mavi de la Cabrera, donde me trinqué
dos tercios de Budweiser, mientras miraba como meneada del culo
de un lado a otro Martina la Checa.
Y a casa a subirlo al blog, y luego quien sabe. Una ducha y a sobar.
Mondalindo ha quedado trillado, volveré cuando el mal tiempo haga
nuevamente acto de presencia, para regocijarme de los mantos
nubosos, los gélidos vientos, y sueños con serranas desnudas.